domingo, julio 1

Pequeños milagros

A veces, el miedo se nos echa encima con tanta intensidad que apenas alcanzamos a reconocerlo. Hay cosas, sin embargo, que vistas desde tan cerca son pequeños milagros, que existen para alejar el pánico de nuestros huesos.


Ójala pudiera tener una mirada como esta, vacía de temor y experiencia y llena de promesas y descubrimiento. Reir por el puro gusto de reir, sabiendo que un momento de sonrisa llena el mundo de luz. De luz de luna, blanca en su pureza, tan bonita que es difícil de creer, quizá.


Pero existe. Puede que el telón del miedo caiga, pesadamente, sobre el escenario. Los actores se quedan mudos. Y la luz violeta gana terreno, la de ella, que me entiende por encima de una amistad no sabida, no concretada, porque sabe lo que es amar, así, en todo el sentido hortera y magnífico de la palabra, amar con las entrañas y los poros, querer a quien puede devolvernos una mirada llena de luz, mi niño, su niña preciosa.


Y después encuentro sus palabras, de cuando aun no sabía hablar, de la primera vez que me dijo: hertaina. Se llena todo de blanco.
He decidido asumir el miedo y seguir sin hacerle caso. Quizá necesite unos ojos para ver la blancura, pero cuento con su preciosa mirada. Y seguramente será lo que más importe, la isla en la que estaremos dentro de poco, una playa en que perdernos los dos con el curso del agua, pero esta vez juntos, el uno al lado del otro, acompañándonos sin ahogarnos.
Contar con su mirada.
Hoy se me olvidó un poquito que soy la persona con más suerte del mundo. La luna me ha devuelto mi imagen:


Yo también soy una niña en sus brazos.